martes, 24 de abril de 2012

Psssttt... Psssstt...

Kennedy, Smathers y el producto cubano.

Es extraño, muy extraño, que no se hayan lanzado ya. Pero lo estoy esperando de un momento a otro. Una pieza bestial de periodismo investigativo de El Nuevo Herald donde se descubre la mano siniestra del castrismo tras el escándalo del Servicio Secreto en Colombia. Bestial está empleado como acepción criolla de formidable. Horita, no obstante, se aparecen con la puta de origen cubano que trabajó a los ingenuos agentes encargados de la protección del Presidente Obama. Pero no se preocupen, que ya está a punto de destaparse la conspiración completa. Las así llamadas en Cuba “compañeras de infiltración sedosa” —es mi recreación por adelantado del reportaje— recibieron entrenamiento en las escuelas secretas que para tales fines el gobierno cubano habilitó en la antigua zona de tolerancia del barrio de Colón. Se sabe que allí reciben estudios intensivos de agarre, succión y meneo bajo stress de combate, entre otras disciplinas. Ya me imagino no solo los titulares del Herald en este caso —¿Las sicarias de Castro?—, si no también del Granma y las campañas para la liberación de las Veinte. ¿Son veinte, no? Porque me imagino que la serena majestad de la justicia caerá sobre ellas, implacable. ¿Y dónde? ¿En Cartagena? ¿En Miami-Dade? ¿En el Tribunal Internacional de La Haya? A ver cuántos años les cuelgan. Por cada tocadito de nalgas, calculo, quince años sin derecho a parole. Y por ahí empiecen a sumar. Por cierto, fue excelente la encerrona a partir de un regateo de precios. ¡Y debajo de las cámaras de vigilancia del hotel! Todo está grabado. Pero... ¿800 guayacanes? ¿Dólares? ¿Verdes? ¿Uno arriba del otro? Ven acá, mijita, ¿pero tú lo haces con dientes de oro? Realmente ha llovido mucho desde aquella época en que desde los visillos de las ventanas del concurrido barrio de Colón de La Habana, las hambreadas putas cubanas llamaban con un silbidito —psssttt... psssttt...— y el gesto del índice a cualquiera que fuera rubio o más o menos castaño o que se asemejara a un turista americano o, mejor aún, a un marine (de esos que entrenaban para orinarse en la cabeza de Martí) y decirle en un susurro: Foqui foqui wandola. Que era la transliteración exacta y rotunda al castizo de las zonas de tolerancia habaneras de fucky fucky [by] one dollar. Me pregunto qué hubiese dicho el mismísimo John F. Kennedy de tanta mojigatería. Ese sí que no esperaba a ser presidente para aterrizar en la casa de Marina en compañía del colega senador George C. Smathers. Desconozco si se presentaban allí con guarura y si en esa época los senadores disponían de esa protección, pero a fe mía que la inversión del dúo Kennedy & Smathers en el famosísimo y exclusivo burdel cubano arrojaba saldos más satisfactorios que los 10.000 dólares que perdió el entonces vicepresidente Richard M. Nixon de una sentada en las mesas de juego de Tropicana. ¡Niñas, salón, que llegaron los americanos! Falta por ver la argucia de que se valen para introducir los siniestros manejos del KGB en esta hipótesis de reportaje a la medida de El Nuevo, como ellos mismos le llaman. Tarea difícil. No me imagino a Alexandr Alexeiev, ni a Nicolai Leonov, ni a Vadim Listov, haciendo un estudio de la situación operativa en el barrio de Colón o en La Victoria o en Pajarito. Ni, a continuación, el eco de la voz de las matronas, siempre en los decibeles del desparpajo: ¿Rusos metidos en la putería? Pero ven acá, mijito, ¿que tú te crees que es esto? Desde la época tan bien ilustrada por el profesor Don Manuel Moreno Fraginals en que la prostitución en masa era una imperiosa necesidad comercial del puerto de La Habana al ser el punto de concentración de la Flota de Indias, hasta el desplazamiento siglos después de tan persistente negocio hacia otras zonas del Caribe, el período histórico es un tema para servicio futuro de El Nuevo o de nuestra quejumbrosa blogósfera. Porque no solo perdimos la industria azucarera y hasta cambiamos los Buick por Ladas sino que dejamos disolver la población de putas. Razón por la cual hay que depender —¡una vez más!— del extranjero, en este caso de Colombia, para abrirle el zipper a un gringuito. No, la puta no era de origen cubano. El que sí, de seguro, tiene pasaporte cubano, es el oficial que la reclutó. Unos malditos los compañeros.