jueves, 30 de agosto de 2012

Nunca hables de aviones


Fidel Castro Díaz-Balart tuvo un desliz. Muy costoso. En 1992, en medio de una borrachera con sus amigotes habaneros, soltó la bravuconada de que él era “un gran físico nuclear lo mismo en Cuba que en cualquier país”. Fidel, su padre, no tardó en enterarse. Y al otro día Fidelito estaba despojado de todos sus cargos al frente de la todopoderosa Comisión de Energía Nuclear. Los desmanes, la dilapidación de recursos estatales, las orgías incluso, fueron levemente ajustadas. La explicación interna de su despido fue que había llegado “al borde de lo ilegal”. Ser el hijo de Fidel Castro sirvió por lo menos para eludir la cárcel. Antonio Castro Soto del Valle tomó el cetro de hijo favorito a partir de entonces. El matriarcado de hierro impuesto por Dalia en el último matrimonio de Fidel ha mantenido bajo control a Antonio. Por lo pronto, no se conoce ninguna referencia suya a ejercer sus habilidades de ortopédico bajo cualquier otro cielo. Douglas Rudd y Molé, uno de los heroicos pilotos que contribuyó a derribar la flotilla de aviones de la CIA en Playa Girón, conoció la experiencia. Mucho antes de la boutade de Fidelito, dijo lo mismo pero referido a su oficio: “Yo lo mismo soy piloto de MiG-21 en Cuba que de Concorde en Francia”. Pero como no era el hijo de Fidel Castro, fue a dar de inmediato a la cárcel, donde debió extinguir una condenada de 30 años (no los cumplió todos). Pero los muchachos, los atribulados “hijitos de papá”, son otra cosa. Se trata, es evidente, de una generación más afortunada en este sentido del trasiego internacional. Vean sino los casos de Alina Fernández, la famosa “hija rebelde” de Fidel Castro, escapada de la isla con pasaporte falso y peluca, y el del hijo de Juan Almeida, el comandante histórico de la Revolución, Juan Juan Almedia, que también cruzó tranquilamente las ventanillas de la Inmigración cubana, éste con la cobertura de recibir tratamiento médico en el extranjero. El último escándalo, el de Glenda Murillo Díaz, de 24 años, que cruzó desde México por el puesto fronterizo de Laredo, Texas, el 16 de agosto, para instalarse en los Estados Unidos, da leña para otros fuegos. Glenda es hija de Marino Murillo, de 51 años, conocido como el “zar de las reformas” en Cuba, vicepresidente del Consejo de Estado y miembro del Buró Político del Partido Comunista. La noticia pues es que otra hija ha dado el salto. Pero hay un error de apreciación, ya que el hijo de la Revolución es Marino, no ella. Ella ya es una nieta de la Revolución. De cualquier manera se suma a una tropita que va creciendo. Y que augura dos cosas: una formidable, visceral lucha por el poder dentro de Cuba cuando los papás desaparezcan, a la vez que la sonriente perspectiva de que el entendimiento entre los que se quedan allá como los que arriban a las playas del capitalismo, sea tan rápido como fácil. En definitiva, son los mismos.

Publicado como “Quei piccoli ribelli dai sogni americani” en La Repubblica (Roma), el 29/8/12, y con su título original en La Tercera (Santiago de Chile), el 30/8/12.