viernes, 19 de octubre de 2012

Conga en stand-by

La conga auténtica, en el Estadio Latinoamericano, La Habana.
Cuando ese teléfono comienza a sonar y los códigos en el identificador son todos de Europa, ya tú sabes lo que te espera. Mataron a Fidel otra vez. Es cuando las redacciones se acuerdan de mí. Les da lo mismo un obituario que una labor de pitoniso o de forense. Quieren corroborar la historia. Me han llegado a decir que la radio cubana solo trasmite música “sacra”. ¿Música sacra, en un país comunista? ¿No se habrán confundido con “La Internacional”? No, no. Música sacra. Oh, entonces la cosa es muy seria. Porque quiere decir que la noticia del fallecimiento del Comandante viene acompañada, de hecho, con la entrega del poder a Jaime Ortega. De cualquier manera hay otra música asociada a los faustos del acontecimiento. Yo me paro en la terraza de mi casa a ver si la oigo repicar. Vivo a escasas cuadras del restaurante Versailles, la especie de Plaza Cívica que los cubanos del exilio usan para montar sus congas en celebración de la muerte de su tirano particular. Umm, no se escucha nada aún. Uno debe bajar hasta el garaje y tomar el fiel Toyota y realizar la exploración operativa. Constatar si ya están colocando las tumbadoras y, sobre todo, si los grandes camiones con antenas parabólicas incorporadas al techo de CNN, CBS, Univisión y Telemundo ya se han parqueado. Todo listo. A ver si el Comandante estira la pata antes del estelar de las seis. Yo, por lo pronto, regreso sin noticia a la labor diaria del escritor en el olvido. Pero me queda una pequeña, íntima venganza, que comparto con el mismo Fidel entre las paredes de mi imaginación. Es recordar algo que él decía. Lo estoy viendo entrar a prima noche en casa de García Márquez, una sonrisa maliciosa en los labios, los ojos encendidos por el placer de la burla que masculla y enarbolando un manojito de cables de prensa. Años 1987 ó 1988. Innecesario precisar. Se repitió algunas veces. Han anunciado su fallecimiento. Una vez más. "Me han matado tantas veces”, dice, a modo de saludo, “que el día que sea verdad, nadie lo va a creer".