martes, 23 de octubre de 2012

Silvio fumando en Octubre

Desde la izquierda: el chofer Manolo Rojas, el fotógrafo Ernesto Fernández,
los periodistas Norberto Fuentes, Guillermo Cabrera Álvarez y Sixto Quintela.
Personal de Mella. Crisis de octubre de 1962. El lugar de
concentración es la instalación deportiva llamada El Pontón.
Hace bien Silvio Rodríguez en titular su crónica “Mi crisis de octubre” (en su blog Segunda cita, octubre 15, 2012). Porque es, sin apelaciones, su crisis de octubre. No acierta con ningún dato, excepto en el de enmarcarlo en esos días de 1962. De cualquier manera, es un texto modosito, suave, hasta dulce diría yo, y que logrará entre sus fans el verdadero propósito de presentarnos la faceta heroica de su personalidad: era un niño que sin vacilar tomaba las armas para la defensa de la Patria. ¿Patria es con mayúscula, no? En la foto que acompaña el texto, solo le falta el chupete. Claro, en un ejército de niños como era el nuestro, y de un poco más viejos, es decir, muchachones, uno no se daba cuenta de la edad del chamaco que estaba al lado tuyo. Era el tipo de tropa que, en las movilizaciones, se conocían como los cagatrillos.

Me apresuro a declarar que no está mal que un poeta haga ese derroche de imaginación en un escrito. ¿Imaginación o estadía en la dimensión profunda del conocimiento? Evidentemente estaba en las nubes durante todo el transcurso de la crisis de octubre de 1962, o lo está ahora cuando la recuerda. O en ambas ocasiones. Creo, sin embargo, que es menester establecer algunas precisiones.

Dice Silvio: “En octubre de 1962… pasé aquella famosa crisis acuartelado en mi centro de trabajo, haciendo guardias de madrugada con un máuser”. El centro era la revista Mella.

Silvio, en el Mella nunca hubo ese tipo de fusil. Había cuatro metralletas checoslovacas —dos modelos T-23, y dos modelos T-25—, cada una con sus módulos de cuatro peines de 40 balas (9 mm) y el depósito de guardia o vivaqueo de 20 balas. Las dos T-25, el modelo de culatín plegable, se entregaban, en muy contadas ocasiones, a los reporteros que iban a moverse en una zona de actividad de bandas contrarrevolucionarias. Yo me llevé una, por supuesto, cuando fui al Escambray, y Guillermito Rosales se llevó otra cuando fue a cubrir las operaciones en el sur de Matanzas. La razón de este frugal arsenal de metralletas a disposición del Mella es que las armas se distribuyeron en Cuba —desde que comenzaron a llegar los embarques del campo socialista— primero a los batallones de combate que se formaban donde quiera que se pudieran reunir 1.000 hombres (sobre todo en los barrios de La Habana) y entre 300 y 500 en las zonas rurales, pero también a centros de trabajo de cierto pedigrí político. El de Mella era inmejorable puesto que antes de la Revolución había sido la publicación de la Juventud Socialista —la organización juvenil del antiguo Partido Socialista Popular (comunista)— y ahora se reinventaba como órgano de la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), que era a su vez una reinvención de la antigua Juventud Socialista, pero con mucha más amplitud de miras, puesto que Fidel Castro se hallaba en el poder.

Las otras armas que había en el Mella era la pistola P-38 de Carlos Quintela, el director de la publicación; la pistola Makarov de Adolfo Rivero, miembro del Consejo de Redacción y una especie de gurú ideológico de la AJR; la pistola Browning, de 9 mm, de Ramón Perdomo, subdirector de la revista; las tres pistolas Colt, calibre 45, propiedad respectivamente de los periodistas Bernardo Callejas y Sixto Quintela, y la del chófer Jacobo Milraid Chiprud, alias “El Yaqui”; la pistola Super Colt 38 National Match, propiedad de este autor; la pistola Browning calibre 22, propiedad del periodista Manolo Casanova; y el revólver Colt calibre 38, cañón corto, propiedad del dibujante Virgilio Martínez.

¿Tú dices un fusil Máuser K98 Wehrmacht del que los alemanes fabricaron cerca de 14 millones de unidades entre 1935 y 1945? Perdóname, Silvio: no había uno solo por aquellos predios. Es más, no había ninguno en las unidades militares ni centros de trabajo, porque esos vinieron a aparecer hacia 1965 en una partida atrasada de los checos, no sé si los checos por salir de esa cacharrería que guardaban desde la Segunda Guerra Mundial, o los cubanos por aceptar todo el armamento que les dieran. Los utilizaron después para enseñar a tirar, mal que bien, a unos abuelos y rollizas señoras (que asistían a los entrenamientos en pulcras batas de casa) que constituían una suerte de escuadrones de pensionistas. El fusil con su suástica indeleble grabada en el mecanismo del cerrojo y la abuela apuntándole a una lata vacía de leche condensada rusa.

Silvio describe el lugar —llamado El Pontón— donde supuestamente iba a entrenarse. Ve fango en una explanada virtualmente tapizada de cemento, piscinas de competencias, canchas de tenias y tabloncillos de baloncesto. Y que era el sitio de concentración de las milicias de los centros de trabajo de la zona, pero al cual el Mella solo asistió una vez, cuando se advirtió que la especificidad de su misión lo eximía de tal obligación. Luego regresa al edificio del Mella. Silvio dice que, a la hora de dormir, se hundió en una de las hamacas que, me imagino, colgaban en algún sitio de aquella redacción. Máuseres, fango, hamacas. ¿Estás seguro, Silvio, que tú pasaste la crisis de octubre con nosotros? ¿En el Mella? Bueno, tienes razón. ¿Qué relevancia tiene que las hamacas existieran o no? El problema era hundirse. Y en una nube, mejor.


Arriba: La instalación deportiva que Silvio describe como El Pontón. Durante la crisis de octubre de 1962 sirvió de lugar de concentración de las unidades de Milicias de la zona de Centro Habana donde estaba ubicada la revista Mella. La foto es de la única noche en que el personal de Mella hizo allí acto de presencia, probablemente el jueves 25 de octubre. Obsérvese que la edificación es de mampostería. Y —aunque no se distingue en la foto—, el piso es de losas. No hay el terrenos para arrastrase en el fango, un lodazal que el trovador también describe. Derecha: Silvio adolescente —o más bien púber— en la foto que él mismo provee en su crónica sobre la crisis de octubre. Derecha abajo: Una metralleta checoslovaca modelo T-25, de culatín plegable. El modelo T-23 era de culata de madera. En abril de 1961, la URSS, Checoslovaquia y China completaron un primer envío de armamentos a Cuba, que incluía 125 tanques (IS-2M y T-34-85), 50 SAU-100, 428 piezas de artillería (desde 76mm hasta 128 mm), 170 cañones antitanques de 57 mm, 898 ametralladoras pesadas (de 82 mm y 120mm), 920 ametralladoras antiaéreas (de 37 mm y 12,7 mm), 7 250 ametralladoras de infantería, y 167 000 pistolas y fusiles. Entre este último rubro se hallaban las que, en nuestras manos, devinieron las emblemáticas metralletas checas. En mayo de 1961, según un informe del Ministro de Defensa, la URSS decidió entregar a Cuba un extra de 41 aviones de combate (MIG-19s y MIG-15s), 80 tanques adicionales (equipados para visión nocturna), 54 ametralladoras antiaéreas de 57 mm y 128 piezas de artillería pesada. En ninguno de los dos casos se detectó la presencia de un solo Máuser K98 Wehrmacht.