sábado, 20 de abril de 2013

Cielo no despejado

A mi izquierda, en mi estudio, después que pasas la vista sobre la caja del reproductor de discos compactos, tengo un estante repleto de files acostados, uno encima del otro, que corresponden a proyectos de libros. Se supone que algún día será un estante vacío porque se supone que tales libros serán escritos y publicados. El destinado a la novela Viento divino contiene documentos, apuntes y fotos sobre mi amigo Douglas Rudd. (Novela no quiere decir ficción obligatoriamente). Era un personaje. Uno auténtico. Pregúntenle a Raúl Rivero, nuestro emblemático poeta, que vive en Madrid. “Acuérdate de la boda que Douglas suspendió con aquella chiquita porque tenía un hermano músico”, dice el poeta, y lo dice con una mezcla de sorna y admiración y en la que te das cuenta que la admiración prevalece. “Un músico de la Nueva Trova, figúrate, y Douglas no soportó la idea de entrar en una familia donde un huevón se dedicara a tocar una guitarrita”. Douglas peleó en Playa Girón (17-19 de abril de 1961) como piloto de un Sea Fury, luego en Vietnam, donde peleó contra los Phantoms americanos (pero esto es un secreto de guerra todavía) y al final lo cogieron preso en Cuba. No me pregunten los motivos y el desenvolvimiento de su causa porque eso hay que leerlo en Viento divino. Al final, en 1991, terminó donde termina un alto porcentaje de los revolucionarios cubanos: en Miami. El caso es que escribo esto el 20 de abril de 2013. Hace 21 años que —el 20 de abril de 1992, a las 12:45 PM— lo declaran muerto por un infarto en el hospital de Coral Gables. Ese corazón esperó hasta el otro día del aniversario correspondiente de la batalla para detenerse. Esas son palabras. Palabras de mierda. ¿Qué habrá sentido Douglitas, el invencible Douglitas, en ese momento, si es que atinó a pensar algo? Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal le ha derribado. Mi carpeta de Viento divino tiene una cubierta iluminada preparada por mí mismo con las colas de cuatro MiG-21 PF en formación.

Extraigo, para la siguiente operación de recuerdo del capitán Douglas Rudd Molé, dos materiales que en su estado actual puedo prescindir de ellos para el libro pero que, a mi juicio, son testimonios de valor. Se trata de la última foto que nos hicimos juntos (circa 1991) y un texto de su hijo mayor. La foto es en casa de un amigo común, Alberto Batista, que no aparece en la imagen porque es el que maneja la cámara. Douglas está en el medio, yo a su izquierda, y una persona ahora no identificada a su derecha. Batista y yo lo recordamos como un viejo amigo de Douglas, personal de Cubana de Aviación, piloto o técnico. Estamos fuera de foco. Una mala foto de Batista. Él que se precia tanto de sus habilidades como fotógrafo, le quiere echar las culpas a la mala calidad de los negativos ORWO de la República Democrática Alemana. El trabajo en fotoshop es para levantar lo más posible nuestra presencia. El texto de Douglas Rudd (hijo) no necesita explicación.

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¿Quién fue Douglas Rudd Molé?

Fue mi padre. Para mí eso es lo primero, eso es lo más importante. Lo otro es asunto de la historia, que algunos deberían mirar e investigar un poco mejor antes de poner en boca el nombre de un hombre que les queda grande. Douglas Rudd nació en la región Oriental de Cuba. Descendiente directo de ingleses también había entre sus ancestros algún francés, algún cubano. Contaba con orgullo que también había un general entre sus antepasados: Rius Rivera, jefe de estado mayor de Antonio Maceo. Sus primeros estudios fueron de agrimensor, hasta lograr ingresar en la Academia del Aire, al principio de la década de los 50 del siglo pasado.

En 1961 participó en la batalla de Playa Girón, defendiendo lo que creía justo, entre otras cosas el bienestar de su primer hijo que se encontraba en el vientre de su mujer. Fue él quien propuso actuar como kamikaze contra la invasión en Bahía de Cochinos.

Participó en la guerra de Vietnam, por lo que nombrado héroe de ese país. Fue héroe de dos países, ya que en su país natal lo titularon de igual forma. Nunca quiso contar anécdotas sobre la guerra de Vietnam, al menos a sus hijos. Solo dijo una vez que había visto mucho sufrimiento.

Tuvo la osadía de contradecir al gran líder de la Revolución Cubana. Unido a una vida algo bohemia con una dosis de hombría y grandísimo nivel cultural, lo convirtieron en el paria más grande que tuvo el sistema comunista cubano. Lo metieron preso en la prisión del Morro, junto con los presos comunes, del cual realizo una fuga espectacular, que recordaran mucho tiempo los implicados en el sistema carcelario cubano.

Nunca quiso realizar declaraciones políticas, ni de un lado ni de otro. Fue muy amigo de sus amigos. Se dedicó a contemplar las estrellas. No tenía zapatos para asistir a grandes eventos y llego a pasar hambre. Fantaseaba con alimentar los tiburones y lo vi desviar el cañón de un fusil a un soldado que le apuntó con el mismo, con su mano. Era el último caballero que deambulaba por La Habana, tomando a la dama por la cintura y siempre conduciéndola por la parte interior de la acera. Algunas de sus frases más celebres fueron “no soy borracho, tengo cultura etílica”.

Renunció a medallas, premios, celebraciones y condecoraciones. Pasó de ser uno de los pilotos de combate más grandes del mundo, reconocido por la gran fuerza aérea norteamericana, a conducir el camión de la basura en La Habana.

Su nivel cultural era tal que alumnos universitarios de carreras como química, física, matemáticas, filología acudían a él para recibir ayuda.

Vivió separado de su familia toda la vida, ya que todos emigraron, dejando al soñador en su propia guerra. Al final de sus días pudo emigrar, para vivir al menos los últimos seis meses de su vida en libertad.

Si yo soy hijo de Douglas Rudd y hago ropa vieja, entre otras cosas, pues soy un afortunado de poder hacer lo que me gusta. Mi onda con la cocina cubana es dignificarla, rescatar lo perdido en temas culinarios, buscar nuevos platos con nuestros sabores. En fin, me apasiona y esa pasión no me la va a quitar nadie.

Me hubiese gustado ser como Douglas Rudd Molé, pero soy Douglas Rudd Vilá. En mi infancia viví muy avergonzado de que mi padre era un paria, un tronado por el gobierno, cuando todos mis amigos ostentaban las posiciones de sus padres. El mío era el enemigo. Mi ortografía y escritura no es la mejor. Se me dan mejor, los fogones, las especias y me fascina hacer feliz a la gente sobre todo a los cubanos, con mis sabores.

Yo no soy un poeta. Solo emborrono con fea letra. Mi padre era un poeta. Yo soy cocinero y hasta quien habla mal de Douglas Rudd Molé podría invitarlo a mi ropa vieja. Al menos tiene ese sabor criollo, autóctono, que podría hacer recapacitar y transportar a quien se olvidó de sus ancestros.

Pero no doy información o emito criterios triunfalistas, ni oportunistas, sin elemento.

Hoy estoy orgulloso de ser su hijo y de que en aquel entonces su avión protegiera mi sueño.