domingo, 30 de junio de 2013

Colinas como elefantes muertos

La guerra continúa en Europa y el 19 de noviembre de 1944 tenemos a Hemingway en un desconcertante espíritu. Tiene nostalgia. Añora. Un lenguaje difícil de tragar en la escuela de los duros. No lo dice pero lo trasmite. Su lenguaje es claro y abierto. Y también con ciertos tintes de novelita rosa. Añora su santuario. Aunque es más la añoranza de un santuario idílico que el del hogar que, en verdad, es de su entera propiedad: Finca Vigía. Un lugar a salvo es todo lo que quiere en medio de sus múltiples batallas, y quizá a escasos metros de los tiradores alemanes y de sus granadas de mortero. Es lo que le escribe a Mary, que aguarda en París el regreso del guerrero. Mientras, él continuará con la 4ta. División de Infantería en su avance sobre la frontera alemana.

De mi segundo libro sobre Hemingway (Ernest Hemingway retrouvé), nunca publicado en español:

"Los krauts son duros, astutos, profesionalmente inteligentes y mortíferos. Mataremos y destruiremos a algunos. Pero mientras tanto, tiempos nefastos... Todos los bosques están arrasados; por dondequiera hay minas enmascaradas (atrapabobos). Los alemanes se infiltran a través de los bosques... Es mejor dejar eso, Pickle [Mary Welsh], y pensar cómo, cuando vengas en el avión de Miami, estaré esperándote en el aeropuerto de Rancho Boyeros [en La Habana], y tú pasarás por la aduana y nos iremos en el auto a través de un hermoso país hacia el hogar, donde comenzaremos nuestra vida maravillosa. Podrás sentir miedo, pero, a menos que todo haya sido destruido sobre la faz de la tierra, será encantador. Y si todo está destruido, por lo menos tendremos un hogar en medio de la desolación..."

La privilegiada ubicación geográfica de Cuba, a más de 6.000 kilómetros del frente donde se encontraba, le permitía alimentar la ilusión de que la isla escaparía a la destrucción total. Muerto en 1961, no tuvo tiempo de ver los preparativos bélicos de la crisis de octubre de 1962. No vio el despliegue militar cuando el enfrentamiento nuclear estuvo más cerca que nunca. No vio la dislocación de las fuerzas de artillería antiaérea cubana en el patio de Finca Vigía, ni el zafarrancho de los marines casi en el porche de su antigua casa de Key West.

Ahora lo comprendemos: apenas 17 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial resultaba imposible que Finca Vigía, su hogar, fuera invulnerable y ajeno a la amenazante destrucción universal.


Fidel Castro el 27 de octubre de 1962, en la ladera norte de una de las tres colinas que ocupa la Finca Vigía. Aunque, es justo decirlo, esto es en el terreno vecino perteneciente a la finca Frank Steinhart (hijo). Fidel inspecciona una batería de obuses soviéticos de 122 milímetros que ya habían recibido su bautismo de fuego americano unos meses antes en la batalla de Playa Girón, y observa el valle que se desplaza abajo, entre estas colinas del sudeste habanero, y los límites irregulares de la ciudad, a unos 12-15 kilómetros de distancia. Ese apacible vallecito allá abajo es ideal para que los yanquis cometan el error de tirar ahí a la 82 División Aerotransportada. Contempla, sueña y no suelta su prodigioso cazador, hecho a mano de una producción para su solo consumo, con las mejores hojas de Vuelta Abajo, otro valle cubano, allá, en la profundidad, al oeste de la isla, que vamos a ver cómo se las arregla para salvarlo de la contaminación radioactiva total.