sábado, 21 de diciembre de 2013

El sonido y la furia

El hombre escribe y actúa como si gobernara a solas en el universo y como si todo el aparato represivo y de censura estuviera aún a su disposición y en pleno funcionamiento. Ignora un mundo lleno de gente que se ha ido de Cuba en los últimos años y con una enorme cantidad de información. Al menos información en su equivalente de experiencia vivida. Ese desdén resultaba quizás saludable y hasta imprescindible cuando tenía el poder y se proclamaba como el caudillo invencible de una revolución. Pero no cuando la bronca es entre iguales. Cuando ya existe una escuela de intelectuales o al menos de escritores en potencia que lo retan desde el extranjero, la situación presenta ciertas variantes a considerar. Aquí no te valen escoltas, paredones ni Mercedes blindados. Aquí el pugilato es frente a la pantalla del ordenador. Y este artículo en los portales oficiales cubanos —“Mandela ha muerto ¿Por qué ocultar la verdad sobre el apartheid?”; ver Granma, del jueves 19 de diciembre de 2013— es una sarta de propuestas y declaraciones a medio terminar, y de ideas inconclusas, y de medias verdades, y, desde luego, espolvoreo de detalles en los que él deja flotando, como al desgaire, sus habilidades de gran estratega —amén de elusivas. Significativas elusivas.

Una frase de Hemingway que a mí me encanta repetir es que cuando tú escribes sobre algo que no conoces, lo que queda en la narración es un hueco. Bien pues, en el caso de este tipo de pieza de Fidel, la reacción se proyecta en sentido totalmente inverso: Fidel tiene un conocimiento abrumador de por qué deja los huecos. Y como uno, a su vez, sabe lo que él sabe, nos venos en la terrible situación de comprender que Fidel se acobarda. De que su vitoreada audacia y los ímpetus de que hablan los cantores de la gesta se le escabullen a la hora de sentarse a escribir. Se amilana, se cuida, tú descubres cómo se autocensura por tramos en cada enunciado. Me pregunto si habrá alguien aguantándole la escritura por las bridas. ¿O es que se percibe un imposible a punto de ocurrir? Qué Fidel tenga que exiliarse para escribir en libertad.

De seguir escribiendo esos mamotretos, no habrá salvación. Y sobre todo esa obstinación suya porque el público se apiade del gladiador caído que es él mismo, y dale que dale con la historia de que la salud no le permitió seguir gobernándonos. Realmente lamentable porque soy de los que sostiene el criterio de que nosotros, como país, como nación, debíamos conservar lo poco que tenemos, y Fidel es una figura que, sostengo, debía hacerse lo máximo por conservar. No me negarán que era magnífico. Pero el problema actual es el empeño suyo en burlarse de él mismo. Es incompresible que no tenga a nadie a su lado que le diga, mira, Fidel, esto es un error. O ataca por aquí este asunto. O ponderas esta otra perspectiva. Y vean lo que está ocurriendo ahora: que pretende hacer una epopeya en la que —desde luego— Fidel Castro es el protagonista pero ninguno de sus seguidores tiene rostro y mucho menos nombre; y si acaso, menciona un par de personajes secundarios, sino extras de una sola toma.

Hubo hombres, sin embargo, que él tuvo en el terreno, en los combates, que desplegaron sus misiones y que lo invocaron como un nombre sagrado, y a todos los ha destruido. O los ha descalificado política y moralmente, o les ha endilgado todos los anteriores componentes de un solo chuchazo de la batidora. Llega así el momento en que su historia es la de una generación de combatientes a la que él mismo le pasó cuchillo. De una u otra manera, no dejó uno en pie. Por lo que ahora, al hablar de Angola en su texto sobre Mandela, tiene que evitar la identidad de sus mejores soldados. Ninguno existió. Ni Arnaldo Ochoa Sánchez fue el jefe de la Misión Militar, ni Raúl Menéndez Tomassevich tuvo a Savimbi tres veces en las manos, ni Carlos Aldana Escalante condujo con todo éxito la delegación cubana que logró la paz en el África Austral ni Patricio de las Guardia Font partió todas las comunicaciones que el enemigo tiraba al éter desde la frontera del Congo hasta Ciudad del Cabo, ni Alcibíades Hidalgo fue el vocero determinante de las conversaciones de paz, ni Rafael del Pino fundó la fuerza aérea angolana. Evidentemente lo jodido de la gloria no es adquirirla. Lo jodido es distribuirla —aunque no sea a partes iguales.

Entonces —oh prodigio— saca de adentro del sombrero, nada más y nada menos que a Katiuska Blanco, la periodista elegida de turno —una señora de muy buen ver, por cierto—, para decir que estuvo en no se sabe qué punto, qué aldea, qué cota, qué calvero de la basta geografía angolana y cercana a las proximidades de alguna batalla, aunque esto último él lo deja a la suposición del lector. (Inevitable recordar aquí la observación de Norman Mailer de que un reportero puede estar cerca de la acción, aunque no esté en la acción; en fin, tan cerca de ella como una ladilla del acto de la procreación humana). Bien, no obstante, por nuestra nueva heroína que él ha pasado a través de su colador mágico.

Por último, una referencia a la parte más tonta del escrito. La parte, desde luego, cuando Fidel describe lo que Raúl le dijo a Obama. En 11 segundos —que es lo que ha contabilizado la prensa internacional— se puede repetir hasta cinco veces Mister President, I´m Castro. Compruébenlo ahora mismo contra el reloj. Después de decir Mister President, I´m Castro te quedan todavía, cómodamente, entre siete y ocho segundos. Chequeen, coño. Tienen el reloj en la muñeca. Así que se quedó cortico. Y la carita de complacencia de Raúl se queda sin explicación en la diatriba. Déjame explicarte algo, Fidel. El problema no se resuelve con que tú digas que fue digno. El problema es que tienes que ser digno de verdad. ¿O acaso la dignidad se impone en la actualidad por ucase? Lo más triste es que hubo, hace muchos años, un Fidel que disfrutaba de las elaboraciones intelectuales, que jugaba con las ideas, que jugaba sobre todo en relación a sus enemigos, y se extasiaba con el peligrosísimo retozo de pensar más rápido y con mayor certeza que el adversario y que ganaba siempre porque era más inteligente. ¿Vanidoso? Por supuesto, ¿pero qué otro premio merece la superioridad intelectual? Esas victorias de su inteligencia, él las asumía con el mayor deleite. Burlarse del enemigo, ponerle rabos, por Dios, ¿existe algo más atractivo? Pero ya eso no existe. Nosotros no habremos existido nunca. Pero ese vacío provocado por nuestra ausencia ha terminado por devorarlo a él también. Así que ese Fidel no existe. Es solo un hombre que lo hace descansar todo en una retórica forzada. Una cada vez más descolorida, más vieja y más inútil. Pobre hombre. Pobrecitos todos nosotros.

El general de división Arnaldo Ochoa visita el regimiento de artillería femenina
cubano dislocado en Funda, cerca de Luanda, el 30 de diciembre de 1988.
(Imagen recuperada de un video)

El general de división Raúl Menéndez Tomassevich, el escritor Norberto Fuentes
y el jefe del despacho político de Raúl Castro en el comité central del Partido,
Carlos Aldana, en la Casa Número Uno de Luanda, febrero de 1982.

El general de brigada del Ministerio del Interior Patricio de la Guardia sonríe durante
un desfile de celebración de la victoria sobre el ejército sudafricano en el centro
de entrenamiento de Funda, el 30 de diciembre de 1988.
(Imagen recuperada de un video)

El embajador Alcibíades Hidalgo en la rampa de acceso para dignatarios y
visitantes VIP del Yanquee Stadium de New York en agosto de 1988 durante
las conversaciones cuatripartitas para la paz en el Cono Sur africano.
Al fondo, los coches de la misión diplomática cubana. El escritor Fuentes
apoya una mano sobre una de las portezuelas. Detrás del escritor, dos miembros
del entourage de protección cubano. Identificable con el ensemble azul pálido,
Juan Héctor Cuervo, nombre de guerra “Fausto”, jefe del grupo,
que procede de la escolta de Fidel.

El general de brigada Rafael del Pino en Norfolk, Virginia, a donde ha sido invitado
a presenciar maniobras de la aviación naval el 13 de octubre de 1990, unos tres
años después de su dramática y publicitada deserción a Estados Unidos.

Patricio de la Guardia y los ex primeros tenientes Guillermo Cowley, Enrique Foyo
y Orlando Cowley en la casa de Patricio en el verano de 2009. Patricio, Guillermo
y Enrique son veteranos de la guerra de Angola. Enrique fue el combatiente más
condecorado del Ministerio del Interior por su valiente participación en esa
contienda. Y los tres, a su vez, fueron arrestados durante el proceso denominado
Causa Número Uno de 1989. Guillermo y Enrique permanecieron algunos meses
en el centro de instrucción de Villa Marista. A Guillermo se le concedió la libertad
a fines de 1989. Enrique fue condenado a dos años de algo llamado “libertad
limitada” y sin que él a estas alturas sepa por cuales cargos. Es decir, no podía
votar ni ocupar posiciones de dirección políticas o administrativas. A Patricio le
colgaron 30 años de prisión, condena alternativa de la pena de muerte. Se le
mantuvo encerrado durante 13 años. Después se le concedió una licencia
extrapenal, que no le había sido conmutada en el momento de esta foto. Dado que
los años de cárcel para los militares es de 10 meses, supuestamente el próximo
12 de junio a las 9.00 PM habrá extinguido la pena completa. Esperemos ese día.
Por último, Orlando Cowley, ex miembro de las unidades antiterroristas y de las
fuerzas especiales, corrió con mejor suerte que sus camaradas, al ser dado de
baja “por conveniencia de servicio” y agenciarse un nuevo oficio donde aplicar
sus conocimientos de nadador de combate: instructor de polo acuático.
Último detalle: las excelentes pinturas de Patricio pueblan sus paredes.

Todas las fotos (excepto *) son propiedad de Norberto Fuentes y queda estrictamente prohibida su reproducción. Sobre las fotografías: Copyright © 2013 by Norberto Fuentes. * Foto de Menéndez Tomassevich, NF y Aldana por Ernesto Fernández. Copyright © 1982, 2013 by Ernesto Fernández