martes, 1 de marzo de 2016

Wow! Yeah! ¡De pin**!


Recuerdo la primera vez que oí a los Rolin. “Satisfaction”, por supuesto. Fue a fines de 1967 y yo estaba escribiendo mi primer libro, una colección de cuentos sobre la lucha contra bandidos. Ellos grabaron la pieza el 12 de mayo de 1965 en los estudios RCA de Hollywood. Y habían pasado casi dos años y medio desde la puesta en venta del sencillo en Estados Unidos, el 6 de junio, para que yo fuese un oyente en diferido de la pieza, igual que casi todos mis contemporáneos en la isla para relacionarse con esta clase de productos. Para la fecha, el cabecilla contrarrevolucionario Eloy Gutiérrez Menoyo había desembarcado en un remoto paraje de la provincia de Oriente, y también había sido capturado —el 23 de enero— con sus tres seguidores. Pero en el Escambray aún quedaban dando fuete las bandas de Blas Tardío, Cheíto León y Luis Vargas.

Aparte de no haber una distribución comercial de esos discos y con la agravante de la sospecha política que cargaban implícitamente las bandas o los solistas rockeros, la conexión con la cultura foránea se complicaba. A lo más, las versiones traducidas por los españoles que trasmitía un programa llamado “Nocturno”, el que funcionaba como una ventana al mundo abierta durante una hora todas las noches a través de una estación de cobertura nacional —Radio Progreso. Pero de cualquier manera circulaban esos discos (aún no se les llamaba vinilos), gracias a los pilotos de Cubana y a los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores o de Comercio Exterior y los subordinados del comandante Manuel Piñeiro en la Dirección General de Inteligencia. (Uno de ellos, Ulises Estrada, desde una escala en Madrid o París, le llevó de regalo al Che en su exilio obligado de Praga, un ejemplar del álbum Revolver de los Beatles, y todo parece indicar que fue el único entretenimiento del argentino mientras esperaba la luz verde de Fidel para regresar a Cuba después del fracaso de su aventura en el Congo.)

Todos esos funcionarios (no sé en el caso de Ulises) solían ser los únicos cubanos que entonces viajaban al extranjero —y regresaban— mientras el común de nosotros nos quedábamos en tierra. Mas nos beneficiábamos de que estos compañeros se hallaran atentos a complacer las exigencias de sus hijos, en cuanto al suministro de rock y de jeans, y estos a su vez los prestaran a sus amigos o los grababan en cinta magnetofónica. Mi 45 de “Satisfaction” me lo dejó oír mi hermano Luis (dos años más joven que yo y sin duda desde entonces más interesado en “mecaniquear” su moto italiana Gilera que en participar en la caza de elementos adversos al proceso) y que a su vez lo había obtenido como préstamo de un amigo suyo, hijo de un jubilado del FBI residente en La Habana hasta muy tarde en los 60. Ocupaba, con su mujer y dos muchachos, un apartamento en el mismo edificio de mis padres. Lo tenían atestado de estibas de ejemplares de la revista LIFE y del Saturday Evening Post, un abigarrado almacenamiento que mantenía la estancia sobrecargada de una densa atmósfera de humedad y la sospecha de un hacinamiento de roedores. Era evidente que el servicio de suscripciones se había interrumpido en algún momento de los años anteriores debido al colapso de las relaciones entre ambos países. Pero de alguna manera Ralph Sabin, el mayor de sus hijos —el amigo de mi hermano—, se las arreglaba para mantener el flujo de discos desde Estados Unidos hasta el apartamento de su familia en La Habana.

Lo que ahora no recuerdo de mi primera audición de los Rolin es la plataforma, si era disco o cinta. Para ambos casos, yo disponía de los reproductores necesarios, y en ambos eran aparatos sacados de la Edad de Piedra. Una grabadora RCA Victor de carrete (todavía no me había empastado con una casetera) y un tocadiscos portátil Tesla, de manufactura checoslovaca.

Cualquiera que fuese el equipo reproductor, les puedo garantizar que tuve dos discos a la mano (o el contenido de los dos transferido a cinta) mientras componía mi libro Condenados de Condado. Además del 45 de “Satisfaction”, el otro fue Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, el octavo álbum de estudio de los Beatles. Era la logística adecuada. Insuperable. Les digo más: la estructura de Condenados de Condado la copié del álbum. Esa fusión de los temas sobre la base central de un objeto es el fiel que establecía con mis historias de cazadores y bandidos. Oigan el final sinfónico in crescendo de “A Day in the Life”, el último track del disco, para que entiendan el ruido a que someto mi propio track último de Condenados. El golpe de gracia de ese párrafo al final, ensordecedor. Advierto, sin embargo, que la música básica, repetida una y otra vez, fue “Satisfaction”. Los Beatles me daban estructura pero no el fuego. No dejaban de ser al final una herencia del vodevil inglés, y muertos de miedo ante la sola mención de la palabra Revolución. Los Rolin, por el contrario, hasta el día de hoy siguen simpatizando con el diablo...

Tengo por ahí una nota programada para usar eventualmente en alguno de mis libros engavetados. Afirmo que yo no puedo escribir mal porque yo lo hago escuchando a Elvis. Ahora que es firme la noticia de que los Rolin van a actuar en Cuba el 25 de marzo, necesito ampliar el concepto. El caso es que cuando tú escribes un clásico tienes que acompañarte de clásicos. Resulta natural. Los clásicos se complementan.

Una versión en italiano fue publicada como “Quando l´Avana ballava Satisfaction di nascosto” en La Repubblica el domingo 27 de marzo de 2016.